Evaluar es un acto
social y educativo. Las sociedades recolectoras evaluaban a sus mejores
cazadores y le reconocían un status especial dentro de la sociedad. Esto no les
asignaba poderes ni privilegios especiales excepto- y aquí lo educativo-
considerar sus opiniones y experticia a la hora de realizar tales actividades y
en virtud del status logrado, se le escuchaba en los concejos. La evaluación
era un acto social en tanto, era realizada por todos los miembros de la comunidad.
En este ejemplo, que entiendo
parcial, a lo que una compleja sociedad de cazadores y recolectores significa,
no era necesario la ética, pues la evaluación me atrevo a afirmar de ningún
hecho, residía en una sola persona. La ética se precisa en cuanto la evaluación
se concentra, se transforma en poder, en cuanto su accionar pierde su sentido
comunitario. La evaluación científica, es un producto moderno, obedece a los estándares
de productividad y rendimiento de la era industrial, por lo tanto, es producto
del racionalismo técnico. La ética aquí asociada, obedece a los requerimientos
de asepsia, objetividad y rigurosidad propia de las disciplinas científicas, su
esfuerzo, por lo tanto, pareciera despejar cualquier contaminación o tentación de
lo imprevisiblemente humano. Sin embargo, no puede eliminar con ello, el propio
sentido que la creó, su disyunción y reducción, su obsesión por medir,
controlar y quiérase o no ejercer un poder.